Cultura y sociedad
En el siglo XVI se difundió por casi toda Europa el movimiento cultural denominado Renacimiento, que había surgido en Italia en el siglo XV. Se caracterizó por la renovación del lenguaje artístico y por la difusión de la cultura clásica. El principal fundamento filosófico se designa con el nombre de Humanismo, movimiento cultural de recuperación de la cultura clásica, que consideraba al hombre el centro de todas las cosas y como protagonista de la Historia, exaltándose la idea del individualismo. El antropocentrismo humanista se opone al teocentrismo medieval. Se extendió la actitud crítica y se lograron notables avances científicos y técnicos, basados en la observación y en la experimentación. Se progresó mucho en el conocimiento del mundo, realizándose importantes descubrimientos geográficos, especialmente en América, llegándose a realizar la primera vuelta al mundo. Muy importante fue el descubrimiento y la difusión de la imprenta, ya que sirvió para difundir a gran velocidad las ideas y las innovaciones técnicas.
Durante el siglo XVI se produjo un fuerte incremento de las actividades industriales y se desarrollaron las ciudades y el comercio, por lo que se pusieron las bases del sistema capitalista. El crecimiento de la industria fue uno de los motivos de la búsqueda de nuevos territorios para conseguir materias primas, además de suponer la apertura de nuevos mercados donde difundir los productos industriales. Además, el comercio del Mediterráneo estaba dominado por los turcos, lo que unido a los progresos en la navegación, impulsaron las exploraciones de ultramar.
Política
Los nuevos ideales propiciaron los cambios en las ideas políticas, que tendieron a fortalecer el poder de los monarcas frente a la Iglesia y a la clase nobiliaria. Los pensadores políticos desligaron la política de la teología, difundiéndose la doctrina de que cada príncipe era soberano dentro de su territorio y no debía obediencia a nadie, incluido el Papa. Los más influyentes fueron Maquiavelo, Tomás Moro y Bodino. Para Maquiavelo el fin justifica los medios, por lo que los monarcas podían realizar acciones inmorales si estas estaban enfocadas al beneficio del reino. Moro propugnó la libertad religiosa, la propiedad común, el divorcio y la muerte digna de las personas y Bodino sostuvo la necesidad de crear un poder fuerte, solamente responsable ante Dios.
En el siglo XVI aparecen las monarquías absolutas, inicio de los estados modernos, donde el poder se concentra en las manos del rey, frente a la monarquía medieval, donde el poder real se veía limitado por la nobleza, por los gremios y por las ciudades.
Se consiguió la unificación territorial mediante la ejecución de una política basada en las uniones matrimoniales y la guerra, en el desarrollo de la diplomacia y del ejército, formado básicamente por mercenarios, en la fijación de la corte en una ciudad determinada (con lo que el palacio se convirtió en el centro de la vida política), en unos impuestos que no tenían que ser aprobados ni refrendados por las Cortes y en una burocracia independiente cada vez más profesionalizada.
En Europa Occidental se consolidaron tres grandes monarquías, la española, la francesa y la inglesa, convirtiéndose la primera en la potencia hegemónica. En España la monarquía había consolidado una administración, una hacienda y un ejército propios, aunque los distintos territorios mantuvieron sus instituciones tradicionales: las Cortes. Junto con Portugal exploró y colonizó una buena parte del territorio americano, extendiéndose su imperio desde California hasta el sur de Chile. Mantuvo guerras en distintas partes de Europa y del Norte de África.
En Francia se consiguió la unificación territorial basada en una administración muy desarrollada y en un ejército permanente. Se consiguió un gran desarrollo económico y cultural.
Mónaco fue protectorado de España entre 1525 y 1612; el emperador visitó este Principado en 1529.
En Inglaterra el rey Enrique VIII se convirtió en un monarca absoluto, basándose en una administración muy eficiente y en unas finanzas saneadas, independientes del Parlamento.
El Imperio Otomano se convirtió en una gran potencia, disputando la hegemonía a las potencias occidentales, especialmente a España. Alcanzó su máxima expansión territorial, con la conquista de una buena parte del Norte de África y del sudeste de Europa, donde llegaron a sitiar Viena (1529). Su declive comenzó con la derrota de Lepanto (1571).
En otros lugares de Europa la situación era distinta. Así, en el norte estaba la Unión de Kolmar, formada por Dinamarca, Noruega y Suecia, que duró hasta 1523, momento en que se separó Suecia, creando una monarquía independiente, la de los Vasa. En Suecia se introdujo la reforma protestante y las propiedades eclesiásticas fueron confiscadas por la Corona. Mantuvo guerras con sus dos antiguos aliados si bien no consiguió el control del Báltico hasta el siglo siguiente.
La mayor parte de Europa Oriental, incluidas Hungría y Bohemia, pertenecía al reino de Polonia-Lituania, de la dinastía Jogalia. Se reorganizó en 1569 que pasó a denominarse República de las Dos Naciones, aunque siguió manteniendo estructuras administrativas heredadas de la Edad Media.
En el extremo nororiental de Europa comienza a emerger Rusia como potencia. El rey Iván IV (el Terrible) introdujo importantes reformas políticas y administrativas, además de practicar una política de expansión territorial, conquistando los kanatos de Kazán (1552) y Astracán (1556).
Religión
En el siglo XVI se produjo la división definitiva de la Iglesia Cristiana, entre católicos y protestantes. Dicha división estuvo provocada por diversas causas. Por un lado, la Iglesia controlaba amplias extensiones territoriales en los que recaudaba impuestos, por lo que los estados buscaron desligarse de estas obligaciones tributarias y anexionarse los territorios. Por otro, la iglesia sufría una profunda crisis moral, con abusos de poder, la venta de indulgencias, el incumplimiento de los votos sacerdotales, etc.
Otra de las causas fue la difusión de la Biblia, gracias a la imprenta, que puso los Evangelios al alcance de la mayoría de los creyentes. Los Evangelios, fuente de la doctrina cristiana, mencionaban la renuncia de los bienes terrenales, de la humildad y de la pobreza, frente a una Iglesia que hacía ostentación de la riqueza, con jerarquías muy enriquecidas y el disfrute de privilegios. Esto hacía más necesaria la reforma de la Iglesia, que debería volver a su simplicidad primitiva. Había que atenerse a lo expresado en los evangelios y cada uno podría interpretar la palabra de Dios según su conciencia.
La reforma fue iniciada por el monje alemán Martín Lutero (1483-1546). Había viajado a Roma en 1511 donde conoció la decadencia de la Iglesia romana. En 1514 se reveló contra el papa León X por la venta de indulgencias destinadas a la finalización de la construcción de la Basílica de San Pedro. Criticó la organización eclesiástica y atacó los dogmas de la Iglesia, argumentando que para la salvación había que tener fe en Jesús; el Evangelio debía de ser la única ley. En 1520 fue excomulgado por el papa, cortando definitivamente con Roma.
En 1521 el Emperador Carlos V convocó la Dieta de Worms donde se intentó una reconciliación, y dado que Lutero seguía con los mismos planteamientos fue condenado. El príncipe Federico de Sajonia le mantuvo escondido un año, durante el cual tradujo la Biblia al alemán. Lutero escribió a los nobles alemanes indicándoles la necesidad de que la Iglesia volviera a la pureza primitiva, por lo que era necesario arrebatarles las riquezas y las tierras, con lo que obtuvo un apoyo de una parte de los príncipes alemanes, que repartieron dichas tierras.
Con el fin de reconciliar ambas posturas el Emperador convocó en 1529 la Dieta de Espira, donde se decidió la tolerancia a la nueva doctrina, en aquellos lugares donde ya estaba implantada, pero no podía extenderse a nuevas zonas. Varias ciudades y príncipes protestaron dicha decisión, por lo que a partir de entonces a los reformadores se les denominó protestantes. En 1530 se convocó la Dieta de Augsburgo, en la que el Emperador se intentó atraer a los príncipes protestantes al catolicismo por medio de la conciliación, proyecto que fracasó y que terminó con una nueva condena a Lutero.
Los protestantes se vieron obligados a definir mejor su doctrina, por lo que Lutero encargó a Melachton, partidario de la reconciliación con los católicos, la redacción de la profesión de fe luterana. Se eliminaron algunos sacramentos, que quedaron reducidos a dos, se suprimió el latín como idioma de la Iglesia, se negó la adoración a los santos y se negó la autoridad papal sobre la Iglesia.
En 1531 los príncipes luteranos se agruparon en un partido político denominado la Liga de Esmalcalda, para defender sus intereses, con una caja común y con un ejército propio. Al morir Lutero en 1546 fueron atacados por el Emperador que los venció en Mühlbergh (1547), aunque al poco tiempo se reconstruyeron, aliándose con Enrique II de Francia, venciendo al Emperador en Innsbruck. La guerra finalizó en 1555 en la Dieta de Augsburgo, donde el Emperador concedió a los príncipes luteranos libertad de culto, reconociendo las tierras usurpadas a la Iglesia, aunque quedaron prohibidas nuevas secularizaciones. El otro gran reformador de la Iglesia fue el teólogo francés Juan Calvino (1509-1564). Influido por Lutero realizó una nueva teoría reformista, basada en la predestinación, por la cual Dios había escogido a algunos hombres para la salvación. Suprimió las misas, el altar, etc. En Ginebra realizó una teocracia, creando un gobierno muy represivo. Desde Ginebra salieron misioneros a distintos puntos de Europa: Francia, Flandes y Escocia.
En Inglaterra la reforma fue realizada por el rey Enrique VIII. Dicha reforma fue causada por la negativa del papa a concederle el divorcio de Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena. El rey realizó en el año 1534 el Acta de Supremacía, donde proclamó que el rey era el único y supremo jeje de la Iglesia inglesa. Aunque el catolicismo fue restaurado por su hija María Tudor, el anglicanismo fue definitivamente instaurado por su otra hija, Isabel I, aunque introduciendo algunas reformas de origen calvinista.
Desde el origen de la disidencia luterana, católicos y luteranos reclamaban un Concilio con el fin de realizar una profunda revisión interna de la Iglesia. El Concilio se convocó en Trento en el año 1545, cuando las posturas ya eran irreconciliables, y perduró hasta el año 1563. En el Concilio se inició la denominada Contrarreforma, donde se redefinió la doctrina de la Iglesia y se rechazó las propuestas luteranas. Dicha doctrina ratificó la validez de los sacramentos y de la autoridad papal, sucesor de San Pedro, y Vicario de Cristo. Además, se determinó que la única Biblia auténtica era la Vulgata, realizada por San Jerónimo en el siglo IV, la validez del celibato eclesiástico y de la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
La Iglesia mantuvo la organización tradicional, el empleo de la lengua latina y se prohibió la acumulación de cargos eclesiásticos, además se recomendó la creación de seminarios para la formación sacerdotal. La reforma de la Iglesia se completó con otras medidas como el establecimiento de una comisión encargada de realizar un índice de los libros contrarios a la misma, que fueron prohibidos, y se instauró el tribunal del Santo Oficio para combatir la herejía.
Para combatir a las doctrinas protestantes se crearon nuevas órdenes religiosas (capuchinos, teatinos, jesuitas, ursulinas, etc.), que consolidaron las parroquias, la piedad popular por medio del ejemplo y sirvieron para contener la corrupción en el seno de la Iglesia. Entre todas ellas destacó la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola en 1540, que se organizó como un cuerpo de ejército, sometida completamente al papa. Esta orden trabajó por la educación, la confesión y la predicación. Combatieron en nombre de la Iglesia Universal, reconquistando a los protestantes todo el sur de Alemania, sobre todo Austria y Baviera, además de Bélgica.