Carlos V heredó, por una serie de circunstancias derivadas de las políticas matrimoniales de sus predecesores (pertenecientes a cuatro dinastías distintas), unos territorios inmensos y muy heterogéneos.
Although his kingdom was immense, the imperial title was not inherited, he had to be elected. The Holy Roman Empire kept the elective principle for the order of succession. The imperial decision would be made after his grandfather, the Emperor of the Holy Roman Empire Maximilian, died. Since 1438, all the Emperors belonged to the House of Habsburg and Charles was the family's heir.
En 1519 había serias dificultades para su elección, dado que él no era alemán, ni dominaba (entonces la lengua alemana) y había grandes candidatos para la misma entre los que destacaban Francisco I de Francia, Enrique VIII de Inglaterra y el elector Federico el Sabio de Sajonia. Francisco no fue capaz de reunir la cantidad necesaria de dinero para su elección, mientras que Carlos, gracias a las saneadas cuentas del Reino de Castilla, consiguió los créditos necesarios de varias familias de banqueros alemanes y genoveses.
En el siglo XVI aparecen las monarquías absolutas, inicio de los estados modernos, donde el poder se concentra en las manos del rey, frente a la monarquía medieval, donde el poder real se veía limitado por la nobleza, por los gremios y por las ciudades.
Sin embargo, esta deseada elección le acarreó graves problemas. En Castilla se produjo la sublevación comunera, debido a la negativa de algunas ciudades castellanas a sufragar los gastos de la elección imperial y en Alemania se veía obligado a adoptar una resolución sobre la disidencia luterana. En el exterior, la anterior amistad con Francia se transformó en rivalidad, que acabaría degenerando en varias guerras. Calos V, aconsejado por sus consejeros, quiso dar al título imperial un mayor contenido, sustituyendo el vínculo jurídico por un ideal común, en el que bajo su mandato cada componente del Imperio aportaría su propia originalidad, aunque las circunstancias le obligaron a transformar el primitivo plan de cruzada contra los turcos en un proyecto únicamente dinástico.
La base de su política europeísta fue variando con el tiempo por lo que no se puede hablar de una única idea, sino de varias. Carlos recibió una educación humanista y cristiana, de origen flamenco, aunque cosmopolita, llegando a dominar perfectamente hasta cuatro idiomas. A medida que iba ampliando sus territorios, tanto por herencia como por elección, fue configurando, con la intervención de sus consejeros, una ideas de cómo y en beneficio de que utilizar el poder que le daba la posesión territorial, el universalismo y los distintos lugares que podría considerar como el centro de su imperio (Borgoña, Castilla, Alemania, Italia), hacia donde expandirse (colonización castellana de Las Indias, Norte de África, Este de Europa), quienes eran sus aliados (Inglaterra, Portugal) y quienes sus enemigos (Francia, Imperio Otomano, los luteranos, el papado).
La base de su concepción europeísta radicaba en que se consideraba la cabeza política de la Cristiandad. Su concepción se desarrolló en el ámbito continental. Pensaba que, como Emperador, se debía al conjunto de la Cristiandad y no a una parte de la misma, a diferencia de otros monarcas de Europa Occidental, como Francisco I de Francia y Enrique VIII de Inglaterra, que se sentían ligados únicamente a sus respectivos territorios. Ningún monarca de la Edad Moderna tuvo un talante tan europeísta, y así los distintos pueblos gobernados por él lo reconocen como parte de su propia historia.
La idea imperial de Carlos V ha sido explicada de distintas maneras por la historiografía moderna. Así, para algunos estudiosos el Emperador fue el último representante del mundo medieval, empeñado en luchar por la Universitas Christiana; para otros, fue el último cruzado defensor de la Europa cristiana contra los infieles, los turcos; y, por último, varios historiadores interpretaron la figura del Emperador como un gobernante cosmopolita que rigió gran número de pueblos de distintas culturas y costumbres. Entre estos últimos destaca M. Fernández Álvarez, para quien el Emperador era una persona adecuada para la Europa del siglo XVI, que soñaba con la paz de la Cristiandad, aunque las circunstancias le obligaron, una y otra vez, a hacer la guerra. Sin duda fue un hombre de su tiempo, humanista y católico, hombre de estado y notable guerrero.
La idea imperial europea de Carlos V fue debatida desde el principio por sus principales consejeros, entre los que destacaron Adriano de Utrech (el gran canciller Gattinara), Pedro Ruiz de la Mota, Antonio de Guevara y Alfonso Valdés. Tanto las oposiciones internas (Guerra de las Comunidades y Reforma luterana), como externas (rivalidad con el Imperio Otomano y con Francia, así como la ambigua posición del papado), fueron claves en su formulación.
La base de su política europeísta fue variando con el tiempo, por lo que no se puede hablar de una única idea, sino de varias, en las que tuvieron un gran protagonismo sus consejeros, que llegaron a formular el problema de distintas maneras. A medida que el Emperador iba recibiendo territorios por herencias y conseguía la elección imperial, fue configurando unas ideas de cómo y en beneficio de quién -o de qué- se podía utilizar ese inmenso poder.
La primera idea europeísta fue gestada por su gran canciller Mercurino Arborio Gattinara (1465-1530). Gattinara fue un hombre de estado con una amplísima visión política. Sus ideas humanistas sobre la República Cristiana estaban fundamentadas en la obra De Monarchia, escrita por Dante Aligieri. El canciller aspiró a crear una monarquía católica universal, regida por Carlos V, que no sólo debía de conservar sus reinos sino que les debía acrecentar. El Emperador no debía de someterse al papado, planteándose la defensa de la fe en términos políticos, no religiosos. La gran misión del Emperador (con España a la cabeza) era conseguir una Unión Europea, tanto de católicos como de luteranos, para luchar contra el Islam.
En el terreno político animó a Carlos para que se presentase a la elección imperial. Mantuvo una política de hostilidad con Francia, su principal enemigo, llegando a recomendar al Emperador la desmembración del país, así como promovió una política de expansión por Italia, todo ello con el fin de conseguir una paz permanente.
La siguiente formulación sobre la idea imperial de Carlos fue debida a Pedro Ruiz de la Mota, notable estadista y obispo de Palencia. En las Cortes de La Coruña del año 1520, reunidas para conseguir el dinero necesario para la elección de Emperador de Alemania, Carlos realizó un discurso cuyas ideas han sido atribuidas a Ruiz de la Mota. En el discurso se hace alusión a las concepciones imperiales, definiéndose Carlos de Habsburgo a sí mismo como rey de los romanos y emperador del mundo. Según dicha concepción imperial, España es el corazón y el centro del Imperio, cuya misión es la defensa de la fe. Muy similares a los planteamientos de Ruiz de la Mota son los mantenidos por Fray Antonio de Guevara, predicador de palacio y cronista imperial. En un discurso de 1528 se orientó hacia la monarquía católica y la defensa de la fe.
Por último, son importantes en la reformulación de la idea imperial, las aportaciones realizadas por el humanista erasmista Alfonso de Valdés (1490-1532). Valdés había entrado al servicio del gran canciller Gattinara en 1522, llegando a ser secretario principal de Carlos V.
En sus escritos, este pensador defiende la política imperial. Su ideal cristiano y erasmista abarca todos los aspectos de la vida, incluidas las jerarquías y los estados de la sociedad. Debido a su pensamiento utópico y reformador aboga por un mundo nuevo, que debería regirse por un emperador y por un papa; el imperio ideal tiene como propósito la fraternidad de todas las naciones cristianas regidas por un emperador.
Dicha concepción es contemplada con ambigüedad por el papado, que debido a esto a veces llega a aliarse con los enemigos del Emperador, lo que produjo en 1526 el conocido como Saco de Roma. Valdés justificó dicho saqueo como voluntad de Dios, señalando como motivo la corrupción de la jerarquía eclesiástica y acusando al Papa de desempeñar mal su oficio.
Carlos V escribe al Papa Clemente VIII un comunicado, redactado por Alfonso de Valdés, donde le expone su plan de defensa de la fe. En dicho plan se contempla una guerra contra los turcos, cuya derrota justificaría una presión sobre Lutero y a sus seguidores para que volviesen a formar parte de la Iglesia, o si no serían igualmente exterminados. Si el Papa se opusiera a dichos planes, al Emperador le cabría apelar al juicio de un concilio ecuménico, es decir, de toda la Cristiandad. En 1528 Carlos V reconoce que el papado es superior a la figura imperial, lo que le sirvió para que el Papa lo coronase como emperador. Una vez coronado emperador y en una entrevista mantenida con el embajador Cantarini, el propio Carlos V le expresa que no aspira a convertirse en un monarca universal, sino a hispanizar a Europa, en el sentido de lucha contra el infiel, como había ocurrido en la Reconquista.
Se suele considerar como un fracaso la trayectoria de esa idea imperial, fracaso plasmado en las sucesivas renuncias. Así, tuvo que ceder en el aspecto religioso y político ante los príncipes luteranos (Dietas de Worms y Augsburgo). Además, tuvo que ceder cargos a miembros de su familia. A su hermano Fernando el Archiducado de Austria, en 1520, y en las Abdicaciones de Bruselas (1555-1556) cedió a su hermano Fernando el Imperio y a su hijo Felipe, España, Milán, Nápoles, Borgoña y Flandes.
En 1521 el Emperador Carlos V convocó la Dieta de Worms donde se intentó una reconciliación, y dado que Lutero seguía con los mismos planteamientos fue condenado. El príncipe Federico de Sajonia le mantuvo escondido un año, durante el cual tradujo la Biblia al alemán. Lutero escribió a los nobles alemanes indicándoles la necesidad de que la Iglesia volviera a la pureza primitiva, por lo que era necesario arrebatarles las riquezas y las tierras, con lo que obtuvo un apoyo de una parte de los príncipes alemanes, que repartieron dichas tierras.
Por otra parte, si bien desde muy pronto concibió la idea imperial como un proyecto pan-europeo, nunca logró constituir un imperio continental consolidado. Fue rey de muchos reinos y dominios sin más organismos administrativos comunes que su propia persona y alguna institución como el Consejo de Estado. Para la administración de los principales territorios recurrió a familiares directos, que representaban al rey y hacían cumplir sus órdenes.
La política de Carlos V encontró grandes limitaciones y obstáculos, especialmente las confrontaciones con otras monarquías, sobre todo con la Francia de Francisco I y con el Imperio Otomano, además de con los príncipes luteranos alemanes.
La pugna con Francia, que estaba prácticamente rodeada por las posesiones carolinas, duró dos décadas, de 1521 a 1541. En la primera se enfrentan por el dominio del Milanesado (Guerras Italianas), consiguiendo Carlos V la consolidación de sus dominios itálicos. Una vez conseguido dicho objetivo, el Emperador se lanzó contra Barbarroja en el Norte de África y contra el sultán turco Solimán el Magnífico, que estaba a las puertas de Viena. Después de varias victorias, sufrió dos derrotas consecutivas, la de Provenza, en 1536, por el dominio de Marsella, y el asalto a Argel, en el año 1541, cuartel general de Barbarroja. Después de estos fracasos tuvo que renunciar a la hegemonía en el Mediterráneo occidental.
El desastre de Argel supuso, además del abandono del escenario mediterráneo por parte del emperador, el deterioro de su prestigio militar, lo que motivó que sus enemigos creyeran que podían actuar más fácilmente contra él. Se produjo la sublevación de Gante, su ciudad natal, que fue duramente reprimida, y las dos últimas guerras con Francia, sin que ninguno de los dos contrincantes obtuviera una ventaja clara, hasta finalizar la última en 1544 con la Paz de Crépy. Una vez finalizadas las guerras con Francia intentó solucionar el problema luterano.
En cuanto a los luteranos, su postura varió con el tiempo. En un principio no quiso precipitarse en el uso de la represión. Su estrategia se basó en el diálogo y buscó el acuerdo con ahínco. En las dietas de Worms (1521) y Espira (1526-1529) y en la Confesión de Augsburgo (1530), mantuvo un talante conciliador, que no produjo el resultado apetecido. En las disposiciones iniciales del Concilio de Trento se pedía a los príncipes cristianos que lucharan por la unión de la Iglesia, lo que produjo malestar a los príncipes luteranos, que estaban asociados en la Liga de la Esmalcalda, que rechazaron dichas disposiciones.
Ya en 1546, momento en que no tenía ningún frente abierto, declaró la guerra a los príncipes luteranos. En 1547 venció en la batalla de Mühlberg, y aunque la derrota fue muy severa, los príncipes luteranos se pudieron recuperar en poco tiempo. El duque Mauricio de Sajonia se pasó a las filas protestantes, que se habían aliado con el rey de Francia Enrique II, sucesor de Francisco I. Carlos V fue vencido en Innsbruck, donde estuvo a punto de ser capturado, lo que le llevó a firmar la Paz de Augsburgo (1555). En dicha paz se acordó que cada uno de los príncipes alemanes, casi trescientos, podrían elegir entre el catolicismo y el luteranismo como religión de sus respectivos territorios, a la que deberían adscribirse todos sus súbditos, si bien los católicos podían seguir practicando su religión en los estados protestantes. Carlos V, por Tiziano (1548)
Esto supuso el reconocimiento oficial del luteranismo, que era la religión de casi la mitad de los alemanes. Así, se desbancó al antiguo concepto de una comunidad cristiana unida en Europa occidental. Finalmente, Carlos V consciente de su fracaso, inició un amplio proceso de abdicaciones, a favor de su hermano Fernando, que heredó el Imperio, y de su hijo primogénito Felipe, que heredó una buena parte de sus posesiones, incluida España.